La cueva de Bustamante en Nuevo León I

Mitos y cavernas, columna de Carlos Evia Cervantes: La cueva de Bustamante en Nuevo León I.

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Con la intención de visitar esta caverna, Rita Osalde Romero y yo llegamos el 7 de febrero de 2005 a la comunidad de Bustamante, en el municipio homónimo del estado de Nuevo León. Para ir a la gruta ocupamos a José Luis Santos Riojas, recomendado por el Ayuntamiento y dueño de un vehículo muy especial; se trataba de un motor VW montado en un armazón de tubulares. José Luis le llamaba “El Chapulín”.

Acordamos el precio del servicio de ida y vuelta. Justo a las 11 horas salimos de Bustamante hacia la cueva del Palmito, que es el nombre real de la cueva. Iniciamos la travesía acercándonos al pie de una montaña en donde hay un parador turístico. Allí se subió Rogelio Rangel, el guía de la caverna que nos asignó el Ayuntamiento de Bustamante.

Continuamos sobre un camino de terracería y cuesta arriba durante 4 kilómetros. Algunos tramos eran relativamente anchos pero otros francamente muy estrechos. Por momentos parecía que nos íbamos ir a precipitar al abismo, pero José Luis era muy buen piloto. Llegamos casi al mediodía a cierto punto de la montaña y Santos Riojas estacionó allí su Chapulín.

Nosotros tuvimos que caminar unos 100 metros sobre una estrecha y pedregosa vereda en la que sólo cabía una persona y avanzar sobre el filo de un abismo temible. Finalmente llegamos a una de las cimas de la Sierra de la Gomas a 500 metros sobre el nivel del mar, según el Inegi y justo allí estaba la entrada a la cueva

Nuestro guía, de 48 años de edad y con 16 años de experiencia en la actividad, dijo que antes era albañil y luego se convirtió en uno de los empleados que tenía el municipio para atender a los visitantes de esta cavidad. Mientras abría la puerta Rogelio nos contó la historia del descubrimiento de la cueva.

En 1906 un señor llamado Juan Gómez Cázares se acostó a descansar. De pronto sintió cerca de sus pies una corriente de aire y por curiosidad decidió averiguar de dónde venía el viento.

Fue quitando las rocas que estaban sueltas, pero repentinamente se derrumbaron las piedras al vacío y así encontró una cavidad. Luego hizo un manojo de palmito, lo prendió y al entrar vio las estalactitas y las estalagmitas. De inmediato fue al pueblo y se lo contó a las autoridades municipales. Fue así como encontró esta gran cueva y posteriormente empezaron a venir los visitantes.

Para entrar a la caverna hay que descender por un estrecho paso con modificaciones artificiales que facilitan el acceso, pero también existe una puerta metálica para impedir que la gente entre sin permiso y sin guía. Una vez adentro, Rogelio se puso su equipo, prendió las luces ya instaladas e iniciamos el maravilloso recorrido. Continuará.

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