Diversión bajo la tierra: Tulipanes
Mitos y cavernas, columna de Carlos Evia Cervantes: Diversión bajo la tierra: Tulipanes
En 1999 el Ayuntamiento de Mérida implementó un proyecto que consistió en registrar los cenotes de este municipio. El coordinador del proyecto, Josep Ligorred, invitó al Grupo Espeleológico a participar. Así fue como empezamos a trabajar en los cenotes meridanos y enterarnos de sus historias.
Además del subterráneo Yanal Luum, otro lugar para la recreación nocturna que tenía un cenote, fue el conocido como Tulipanes.
Cuando fuimos a trabajar allí, el 7 de abril del citado año, nos atendió el señor Manuel Chi Gamboa, quien estaba a cargo del lugar y dio la información que ahora se presenta.
El sitio abrió sus puertas alrededor de 1946 y funcionaba como restaurante y bar. En 1999 el dueño era Marcos Pasos Cervera, quien en ese tiempo también era dueño de “La cascada”, centro nocturno que tenía igualmente un cenote. Manuel dijo que por las noches y junto al cuerpo de agua, se ofrecía una representación teatral del sacrificio maya como el que supuestamente se hacía en el Cenote Sagrado de Chichén Itzá.
Para corroborar las palabras de Chi Gamboa, en la noche de ese mismo día, regresé al Tulipanes y pude presenciar la recreación del sacrificio maya. Efectivamente, primero salió un grupo de danzantes para ambientar al público y luego se hacía la representación del sacrificio de la doncella. Posteriormente el actor que fungía como sacerdote arrojaba el supuesto corazón al cenote donde estaba un hombre con una máscara del dios Chaak listo para recibir la ofrenda. Magnífica actuación de todos.
En el lugar se ofrecieron shows de calidad internacional como la ocasión en la que se presentó la chilena Linda Romay en 1957. El sitio recibió a visitantes famosos como Charlton Heston, actor estadounidense protagonista en la película Los Diez Mandamientos, en 1969. Cabe mencionar que aun con el uso intenso que se le dio a la cavidad, el agua del cenote conservó la fauna.
A pesar de estar ubicado lejos del centro de Mérida, calle 42 N° 462 x 43-A de la colonia Industrial, Tulipanes recibía una gran cantidad de clientes locales durante todo el día y en la noche, eran los turistas extranjeros los que disfrutaban el ritual nocturno. También actuaba un grupo de parejas que bailaba la jarana y después de la primera pieza los danzantes masculinos invitaban a bailar a las damas del público y las chicas jaraneras bailaban con los caballeros. Todo el público bailaba.
En junio de 2015 regresé con un grupo de reporteros y estudiantes. La nueva administradora del local me puso al día con la situación. Dijo que ya no se realizaba el ritual del sacrificio ni el baile de jarana por la baja asistencia de la clientela. Sólo quedó una densa semioscuridad junto al cenote, justo donde antes el espacio se llenaba de música y alegría.
El cenote Huolpoch
Cuando se toca el tema de la diversión bajo la tierra que se vivió en Mérida en la segunda mitad del siglo XX es indispensable mencionar al Huolpoch, cenote ubicado en el predio 510 C de la calle 39, justo en el cruzamiento con la 62-A, en el Centro Histórico de la ciudad.
En el año de 1876 el señor Felipe Contreras compró dicho terreno con el propósito de cultivar hortalizas y verduras. Cuando sus trabajadores limpiaban el pozo del lugar encontraron el cenote. El propietario, animado por el hallazgo, procedió a realizar las labores de limpieza personalmente pero fue mordido por una serpiente que en Yucatán es conocida como Huolpoch. Después de ser atendido por el médico, quiso perpetuar la memoria de aquel hecho y le llamó Huolpoch a la cavidad. Así surgió el nombre del cenote que luego se le daría a los comercios cercanos creando así un punto de referencia para los habitantes de la ciudad, según escribió Luis Santiago Pacheco.
El mismo autor dijo que el señor Contreras amplió la entrada del cenote y le puso una escalinata de cantería, hasta dejar convertido el lugar en una estancia deliciosa para las personas que acudían a refrescarse en sus cristalinas aguas.
El licenciado Gaspar Gómez Chacón, quien fuera alcalde de Mérida (1979-1981), informó que en la década de los 40 el predio fue adquirido por la familia Gómez y desde ese momento se convirtió en una especie de piscina pública utilizada por los niños y jóvenes del rumbo.
Alrededor de 1954 se instaló ahí una cantina muy especial, pues además de los parroquianos comunes, asistían al sitio reconocidos intelectuales yucatecos. Por otra parte, los guías de turistas llevaban a sus clientes como parte del paseo citadino. Los extranjeros, al ver el cuerpo de agua similar a las fuentes europeas, tiraban monedas para atraer la buena suerte, según sus creencias. Los niños, hoy hombres ya maduros, cuentan cómo se sumergían para rescatar esas monedas y guardarlas como recuerdos, concluye Gómez Chacón.
Agrega Santiago Pacheco que el predio fue vendido en los años 80 al señor Rafael Canto Rosado, quien es concesionario del transporte urbano de Mérida y estableció en el lugar las oficinas de su empresa. El nuevo propietario procura que el cenote esté siempre limpio y se ha acondicionado un espacio para impartir cursos de capacitación a los operadores del transporte urbano. Se permite a todos los empleados de la compañía bañarse en el cenote con la única condición de que sepan nadar.
Este bello y céntrico cenote tiene un diámetro promedio de 9 metros, una profundidad máxima de 1.20 metros y el agua es de color verde transparente, atributos que le permitieron sobrevivir; en contraste con
otras cavidades meridanas que fueron tapiadas por sus propietarios, finaliza Luis Santiago.
