7 años que parecen 30

Los festejos por los siete años de Morena en el poder en la Ciudad de México dejaron al descubierto algo que muchos ya sospechaban...

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Los festejos por los siete años de Morena en el poder en la Ciudad de México dejaron al descubierto algo que muchos ya sospechaban: la llamada Cuarta Transformación sigue atrapada en las mismas prácticas que juró desterrar.

Acarreados, camiones repletos, tortas, banderas nuevas para aparentar fuerza y plazas llenas como evidencia de respaldo, todo envuelto en el discurso triunfalista de que “el pueblo sigue firme con la 4T”.

Pero la realidad es tozuda. Estos eventos multitudinarios no son una celebración espontánea, sino la respuesta política de un gobierno que intenta contrarrestar las crecientes manifestaciones ciudadanas, particularmente las impulsadas por la llamada generación Z tras la muerte de Manzo, que marcaron un punto clave en la inconformidad social.

La 4T parece más preocupada por demostrar músculo que por demostrar resultados. El mensaje detrás de la celebración es claro, “todavía somos más, todavía controlamos las calles”. Pero afuera de los escenarios oficiales, el país entero enfrenta problemas de movilidad, inseguridad, agua, servicios públicos rebasados y desigualdad exactamente los mismos pendientes que Morena dijo, resolvería desde 2018.

La lista de compromisos incumplidos no solo pesa en la Ciudad de México. A nivel nacional, el catálogo de promesas rotas sigue creciendo, en temas tan importantes como salud (que íbamos a estar mejor que Dinamarca), seguridad, economía, anticorrupción, infraestructura, y un largo etcétera.

Basta recordar que Andrés Manuel López Obrador aseguró que la Secretaría de Turismo, la Sedetur federal, se mudaría a Chetumal para detonar la capital de Quintana Roo. Siete años después, Chetumal sigue esperando. No llegó la derrama económica, no llegaron los miles de empleados federales.

El traslado fue, al final, un símbolo perfecto de la 4T que incluye mucha narrativa y poca ejecución.

Y así como ese ejemplo, hay decenas. Desde la promesa de acabar con la inseguridad “en seis meses”, hasta la idea de un sistema de salud “mejor que el de Dinamarca”, pasando por la austeridad que terminó beneficiando a unos cuantos y debilitando instituciones completas.

Los festejos demuestran otra cosa: Morena no transformó la política mexicana; solo la repintó. Las prácticas priistas y perredistas siguen vivas bajo otro color, con movilización masiva obligada, presencia de programas sociales como herramienta de presión, discursos emocionales antes que resultados, culto a la figura presidencial, y la constante necesidad de medir “quién llena más la plaza”.

La transformación prometida, aquella que cambiaría estructuras, instituciones, reglas y viejas mañas, simplemente no llegó.

El descontento social expresado por jóvenes tras la muerte de Manzo, cimbró al gobierno más de lo que está dispuesto a admitir. No fueron los partidos políticos, no fueron los opositores tradicionales: fue una generación que Morena no controla, no manipula y no intimida.

Mientras a los actos masivos les cuesta trabajo llenar sin estructura, las protestas juveniles se organizan solas, se viralizan en minutos y exigen justicia sin acarreo, sin torta y sin camión pagado.

Es este cambio de dinámica política —la autonomía de la protesta— lo que explica la urgencia de los festejos de aniversario. ¿Es eso lo que festejan? ¿O celebran que, a pesar de todo, aún pueden llenar plazas con maquinaria política?

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