Bacalar, el próximo Tulum
Hay un viejo dicho que reza: “Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”. Y si hay un lugar...
Hay un viejo dicho que reza: “Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”. Y si hay un lugar en Quintana Roo que debería aplicarlo con urgencia, ese es Bacalar.
Lo que hoy ocurre en Tulum debe ser tomado como ejemplo para de una vez acabar con lo que se está viviendo hoy en Bacalar. El décimo municipio hoy está en picada, donde se vive el encarecimiento desmedido, la pérdida del control urbano, la inseguridad y el desplazamiento de su población local, lo que se traduce en una bajísima llegada de turismo.
Recorrer hoy Bacalar es ver calles vacías, restaurantes sin comensales. Lo que se vive en la laguna de los siete colores no surgió de la noche a la mañana, fue el resultado de años de desinterés, corrupción y de creer que el desarrollo turístico podía sostenerse sin planeación ni conciencia social.
El Pueblo Mágico, que alguna vez fue sinónimo de tranquilidad, paisajes vírgenes y hospitalidad, hoy enfrenta una escalada de precios que ha comenzado a expulsar tanto a locales como a visitantes nacionales.
Hoy, comer en Bacalar se ha convertido en un lujo. Restaurantes emblemas del turismo “gurmet” cobran precios que rivalizan con los de zonas exclusivas de la Riviera Maya. Un simple platillo puede costar lo que antes representaba una comida familiar completa.
La gasolina, incluso, se vende más cara que en Chetumal, y las rentas y terrenos han alcanzado cifras absurdas que nada tienen que ver con la economía local.
El problema no es que Bacalar crezca. El problema es cómo está creciendo: sin control, sin orden y sin justicia social.
Y mientras los precios suben, la seguridad baja. En los últimos meses, se han reportado delitos de alto impacto en Bacalar que antes eran impensables. Algunas comunidades rurales ya muestran señales de estar bajo dominio de grupos delictivos. Esto, en un municipio donde la autoridad municipal debería ser ejemplo de integridad, pero más bien es motivo de sospecha.
Los múltiples señalamientos de corrupción, los rumores de despojos orquestados y la falta de transparencia que rodea al presidente municipal, José Alfredo “Chepe” Contreras y su tesorero, Paul Romero Gómez, solo agravan la desconfianza ciudadana.
El escenario se complica aún más con la inminente conversión de Bacalar en un Área Natural Protegida. Lo que suena bien en el discurso ecológico, podría replicar el desastre de Tulum con el Parque del Jaguar: un proyecto en manos de la federación, con decisiones tomadas desde escritorios lejanos y sin escuchar a quienes realmente viven ahí. Si Bacalar entrega su autonomía ambiental y territorial sin exigir mecanismos de corresponsabilidad y vigilancia, lo que vendrá será la pérdida del control local y el beneficio concentrado en unos cuantos.
Bacalar todavía está a tiempo de corregir el rumbo. Debe recuperar el equilibrio entre desarrollo y sustentabilidad, entre turismo y comunidad. Debe proteger a su gente, a su laguna y a su identidad antes de convertirse en otra postal del despojo disfrazado de progreso. La “maldición” de Tulum no fue producto del destino, sino de la indiferencia y la ambición desmedida orquestada desde el centro del país. Si Bacalar no actúa con inteligencia y firmeza, pronto será su reflejo más fiel. ¿Pondrá Bacalar sus barbas a remojar?
