¿Comunicar o mandar? Lo que los políticos creen que son las redes

A los políticos mexicanos les podemos llamar de muchas formas, pero hay una palabra en particular que no usamos, aunque los define...

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A los políticos mexicanos les podemos llamar de muchas formas, pero hay una palabra en particular que no usamos, aunque los define muy bien: “entrones”. No importa cuán descabellada sea la idea, con tal de ganar el hueso, intentarán hacerla suya.

Desde que internet se transformó en una plataforma de comunicación masiva, y más recientemente, de interacción social, candidatos, funcionarios y líderes partidistas mexicanos han enfocado sus baterías en conquistar la web y las redes sociales, pues entre todas las taras mentales que sabemos tienen, reconocen que el presente está en la sociedad digital.

Pero tal vez lo peor es que en el fondo lo saben, pero creen que pueden controlar las redes.

Día tras día vemos casos como el de Rocío Nahle, gobernadora de Veracruz; Luisa María Alcalde, presidenta de Morena; o Sergio Gutiérrez Luna, diputado del mismo partido, que buscan de todas formas manipular la narrativa digital para que sea su verdad la que prevalezca.

Cierto que en redes hay mucha manipulación de información, pero incluso esta es “natural” y por sí misma se cae, porque si algo ocurre hoy en día en el mundo digital, es que, por más Inteligencia Artificial que se use, los habladores siguen cayendo más rápido que el cojo.

Sin embargo, en términos más generales, los políticos mexicanos de niveles locales o estatales no han sabido aprovechar la capacidad de difusión de las redes sociales e internet. Tras el escudo de las vocerías y los usuarios pagados, confían en la cargada digital para promocionarse, dejando de lado la interacción, aun en los casos en que es muy necesario hacerlo, o la simple prudencia cuando las cosas no salen bien… que es muy seguido.

Lo que ocurre, en realidad, es que se sienten dueños del espacio digital, como antes lo fueron del micrófono, el spot en televisión o la “entrevista a modo” en la radio local. Como no entienden el carácter horizontal de las redes —y menos aún el hecho de que cualquiera puede evidenciar sus errores—, se refugian en el “aquí mando yo” aunque nadie los haya invitado.

Creen que publicar es participar, que responder es rebajarse, y que bloquear es suficiente para ganar una discusión. Y así, cada semana, vemos intentos de “tendencias artificiales” que solo confirman que el político promedio ve las redes sociales como una extensión de su oficina de propaganda, no como una plaza pública.

Y eso explica también su creciente descaro: como creen que las redes están para servirles, entonces nada los frena. Ni el ridículo. Ni la mentira. Ni la contradicción pública. Para ellos, si algo se publica lo suficiente, se convierte en verdad. No importa que haya hilos, pruebas, contradicciones, capturas de pantalla o hasta memes en su contra. Si lo dice su cuenta oficial —o su ejército de bots—, entonces así fue.

El problema, claro, es que cada vez menos personas compran ese teatro. Pero ellos siguen actuando como si la gente no se diera cuenta. Porque el político mexicano no quiere entender las redes: quiere que las redes lo entiendan… y lo aplaudan.

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