Cultura desechable
Me tocó vivir en una cultura de guardar todo, todo servía, como dicen hoy: todo era reciclable. Los envases de los refrescos se guardaban...
Me tocó vivir en una cultura de guardar todo, todo servía, como dicen hoy: todo era reciclable. Los envases de los refrescos se guardaban, no eran desechables, se seguían utilizando hasta que por un accidente se rompían, y además podíamos salir regañados, por no haber tenido el cuidado necesario. El lechero iba todos los días a mi casa, entregaba los cuatro litros de leche y se llevaba los cuatro envases vacíos del día anterior.
Al descomponerse algún aparato eléctrico, siempre había reparación. Hoy todo es desechable, el tostador cuando se descompone es más cara la reparación que comprar uno nuevo. La lista de objetos desechables que nos topamos hoy en nuestras casas es enorme, todo es de usar y tirar. Lo mismo sucede con cualquier aparato electrodoméstico.
Recuerdo que la ropa, cuando era niña, pasaba de las hermanas mayores a las más pequeñas, les tocaba estrenar a las grandes. La ropa duraba años. Hay marcas que el día de su estreno se rasgan las blusas, o a las pocas usadas ya tiene un agujero la ropa, o ya pasaron de moda en muy poco tiempo. Hay que desechar y comprar nueva.
Hace poco tiempo se descompuso mi televisión, al llevarla a reparar, lo primero que me dijeron es que tenía qué considerar que me podría salir más barato comprar una nueva que repararla. Solo tenía cuatro años de uso. ¿A dónde va toda esa basura? Todos los aparatos electrónicos, al dejar de servir, se tiran, y en los basureros: contaminan, y se tiran con gran facilidad.
Al cambiar el celular, a pesar de usar la misma marca que el anterior, los cargadores, así como el equipo anterior, se vuelven arcaicos.
Una necesidad apremiante es cambiar de computadoras cada tres o cuatro años, por otra más actualizada, con nuevos programas. Las anteriores se van volviendo antiguas.
Recuerdo muy bien, en mi infancia, que la bolsa de basura diaria era tan pequeña, apenas se juntaba una bolsa. Hoy la basura depende en gran medida del consumo, si hubo más compras, si va a ver fiesta, todo se va desechando, si hay bebés, la cantidad de pañales, y así se podría seguir enumerando.
Es curioso lo que sucede con el consumo, uno siente una mayor libertad, en la medida que más consume. Lamentablemente, uno se va volviendo esclava de ese consumismo atrayente, que ya ni siquiera nos percatamos; al contrario, aquella persona que no consume al paso vertiginoso que el resto de la sociedad se ve mal.
Al igual que los aparatos que se ven como un mero objeto, que dejan de tener utilidad se vuelven inservibles, se tiran y se desechan; lo mismo sucede con las relaciones sociales. Si los amigos ya no funcionan, se cambian inmediatamente, no se busca la reconciliación, el esfuerzo por reparar esa amistad: se desechan.
Y qué decir del matrimonio, es más fácil la separación, que luchar por consolidar el matrimonio, se ve al cónyuge como un objeto que ya dejo de ser útil. Prueba de esto es la crisis matrimonial que estamos inmersos, viendo la cantidad de rupturas que se dan día con día. No importa el dolor, el sufrimiento de los hijos, del otro cónyuge. El matrimonio se convierte en desechable, no existe el compromiso, en el momento que el cónyuge deja de ser útil, se tiran, se sustituyen por otros que en ese momento se considere mejor.
Uno puede pasarla bien a costa de lo que sea, buscando solo el beneficio personal, buscando el placer por el placer, creando un nuevo código de ética, se buscan nuevas sensaciones cada vez más excitantes, sin que las relaciones sean duraderas, el para siempre no existe.