Guerra comercial entre China y Estados Unidos: ¿oportunidad para México?
"Las relaciones económicas y comerciales entre China y Estados Unidos se encuentran nuevamente en una encrucijada"...
"Las relaciones económicas y comerciales entre China y Estados Unidos se encuentran nuevamente en una encrucijada", resumía el tabloide chino Global Times, uno de los ruidosos altavoces en inglés del gobernante Partido Comunista, que recogía en su último editorial el malestar en Pekín por la reactivación de una guerra comercial con Washington, a quien echa la culpa de esta, que llevaba meses apagada.
En China advierten de que responderán con firmeza si el presidente estadounidense Donald Trump cumple con su amenaza de imponer aranceles adicionales del 100% a los productos chinos. La última rabieta de Trump llegó después de que las autoridades chinas lanzaran la semana pasada nuevas restricciones a las exportaciones de las demandadas tierras raras. Aunque los funcionarios chinos defienden que esta medida se tomó después de que EE. UU. colocara a más empresas tecnológicas chinas en su lista negra.
Washington y Pekín vuelven a llevar la justicia del ojo por ojo hacia una lógica de reciprocidad punitiva, de erosión mutua. Para Washington no es un ajuste técnico, es una declaración estratégica. El mensaje es claro: reducir la dependencia de Beijing, forzar el reacomodo de cadenas de valor y mandar una señal política de fuerza.
El efecto inmediato es psicológico y logístico. Psicológico, porque eleva la percepción de riesgo en cualquier plan que descanse en insumos chinos. Logístico, porque obliga a rehacer rutas, contratos y listas de proveedores.Para las empresas globales, el dilema deja de ser “¿cuánto me cuesta moverme de China?” y pasa a ser “¿cuánto me cuesta quedarme en China?”. En el tablero internacional veremos tres movimientos:
Primero, una nueva oleada de fragmentación: duplicación de capacidades, proveedores alternos, y regionalización acelerada.
Segundo, represalias selectivas de China: desde inspecciones regulatorias hasta controles en minerales críticos.
Tercero, volatilidad financiera: los proyectos intensivos en partes asiáticas enfrentan primas de riesgo más altas y plazos más cautelosos. No hay magia: más fricción comercial, al menos al inicio, significa más costos y, en algunos segmentos, presiones de precios.
¿Y cómo queda México? Lo positivo es evidente: bajo el T-MEC, la fabricación en México tiene preferencia arancelaria, cercanía geográfica, tiempos de entrega competitivos y un ecosistema industrial que ya existe. Sectores como autopartes, equipo eléctrico, electrodomésticos, muebles, dispositivos médicos y ciertas ramas electrónicas pueden capturar órdenes que salgan de China en busca de refugio arancelario.
El nearshoring se convierte en decisión de supervivencia para muchas cadenas. Pero también hay riesgos. El primero es una atención mucho más celosa de Estados Unidos con relación al cumplimiento de las reglas de origen. Si intentamos maquillar componentes chinos en productos ensamblados aquí, la lupa aduanera no tardará en caer, con investigaciones y sanciones.
El segundo es de costos y abastecimiento: una parte relevante de nuestras plantas compra insumos asiáticos; sustituirlos no es inmediato y puede erosionar márgenes.
El tercero es macro: una guerra comercial amplia enfría el ciclo global; la oportunidad para México existe, pero navega en aguas más picadas.
Nuestras ventajas comparativas están ahí, pero hay que volverlas efectivas:
La primera es la geografía: proveer a la costa este o al Medio Oeste en días, no en semanas, es oro en la era del inventario magro.
La segunda es el T-MEC: certidumbre jurídica, solución de controversias y acumulación con Canadá; si demostramos cumplimiento impecable llegaremos fuertes a la revisión de 2026.
La tercera es la escala: clústeres en el Bajío y el norte con proveedores y talento operativo.
La cuarta es el costo total: quizá no somos la mano de obra más barata, pero los ahorros logísticos, de inventarios y de coordinación inclinan la balanza.
¿Qué falta? Tres prioridades urgentes:
Uno, energía suficiente, confiable y cada vez más limpia. Sin electricidad, el nearshoring se queda en discurso; con ella, se vuelve un flujo de inversiones.
Dos, trámites exprés: parques industriales, aduanas, permisos ambientales y sanitarios con carriles claros y una ventanilla única efectiva.
Tres, trazabilidad: una plataforma nacional de origen que permita documentar insumos, transformaciones y pruebas, para blindarnos de acusaciones de triangulación. A esto habría que agregar capital humano: técnicos, ingenieros y mandos medios con inglés funcional, y un esfuerzo serio de capacitación en cadenas proveedoras.
Para México es la hora de comportarse como país de manufactura avanzada: reglas claras, energía lista, cumplimiento serio y ejecución rápida. Si lo hacemos, la etiqueta “Hecho en México” no será un eslogan, sino la respuesta racional de miles de compradores que hoy redibujan sus mapas. Si no, veremos pasar otra oleada desde la ventana del vecino. Y esas, en la historia económica, no regresan dos veces.
