La guerra arancelaria de Trump: ¿dónde queda México? II

En el artículo anterior hablábamos de la guerra arancelaria, que es un conflicto económico en el que los países implementan...

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En el artículo anterior hablábamos de la guerra arancelaria, que es un conflicto económico en el que los países implementan y aumentan aranceles y otras barreras no arancelarias entre sí. Esto es justamente lo que Donald J. Trump, presidente de los Estados Unidos ha iniciado, se fue con todo en contra del planeta entero.

Y así fue, Trump al ver el pésimo resultado del mercado de Bonos del Tesoro, con ventas de pánico, decidió el pasado miércoles 9 de abril anunciar una reducción de los llamados “aranceles recíprocos” a una tarifa general del 10%, vigente hasta el 9 de julio, sin importar el nivel que se hubiera anunciado el pasado 2 de abril.

México y Canadá no estaban en esa lista inicial. No fueron castigados con esos aranceles. Pero tampoco están completamente a salvo.

La gran excepción es China, contra quien la Casa Blanca ha desatado una ofensiva comercial sin precedentes, imponiendo una tarifa de ¡145%! Un verdadero misil económico. Los beneficiarios inmediatos de esta “pausa” de 90 días fueron principalmente países asiáticos que enfrentaban tarifas mucho más altas: Vietnam, con 46%; Japón, con 24%, por mencionar algunos.

Pero que no nos engañe la tregua. Las exportaciones mexicanas también enfrentan costos arancelarios significativos. Para empezar, todos los productos que no cumplen con las reglas de origen del T-MEC enfrentan un arancel del 25%. El problema es que no está claro cuántas exportaciones caen en esa categoría. Mientras Marcelo Ebrard, secretario de Economía, estima que es solo el 15%, cálculos independientes basados en datos del Departamento de Comercio de Estados Unidos apuntan a un preocupante 50%.

A eso se suman los aranceles del 25% para aluminio y acero, que afectan a productos clave como las latas de cerveza.

Y en el sector automotriz, el golpe está por llegar: a partir de mayo, los autos mexicanos deberán acreditar contenido estadounidense para evitar una tasa retroactiva desde abril, que se estima rondará entre 15% y 16%. Las autopartes, por ahora, quedan exentas. El impacto será real y medible. Tendremos que esperar a finales de mayo para conocer las cifras de exportación de abril y dimensionar el efecto.

Frente a este escenario, la respuesta debe ser inmediata. Tanto el gobierno como el sector privado deben enfocarse en elevar el porcentaje de exportaciones que cumplen con el T-MEC. Esa es la única manera de proteger nuestra ventaja competitiva.

Pese a todo, México aún conserva una posición privilegiada frente a la mayoría de sus competidores globales. La única amenaza real sería que EU optara por sustituir importaciones con producción doméstica… algo que, al menos en el corto plazo, no parece viable.

En ese sentido, México podría reforzarse como destino clave del nearshoring, especialmente si las condiciones internas se alinean. Pero ojo: las señales deben ser claras y contundentes. Esta semana hubo avances en el tema eléctrico, pero no son suficientes.

Hace falta una definición rápida de los reglamentos derivados de las reformas y, sobre todo, señales que disipen los temores en torno al sistema judicial que podría surgir tras las elecciones de junio. La ecuación es sencilla: si persisten las dudas sobre el suministro energético y se suman temores sobre un entorno judicial adverso, el nearshoring podría desvanecerse antes de consolidarse. Y el riesgo es más que hipotético.

Si, por ejemplo, se diera una alineación política que permitiera que Lenia Batres llegara a la presidencia de la Suprema Corte, muchas alertas de inversionistas internacionales se encenderían. México podría dejar de ser visto como un destino confiable. La presidenta Sheinbaum lo sabe muy bien.

Esperemos que tome las decisiones para asegurar que México aproveche la ventaja inesperada que nos dio Trump e impida que el juego de fuerzas del expresidente López Obrador vaya a echar por tierra esta oportunidad. [email protected]

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