La marcha inédita

Este sábado 15 de noviembre ha pasado a la historia como un día de inflexión. Miles de manifestantes, muchos de ellos jóvenes...

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Este sábado 15 de noviembre ha pasado a la historia como un día de inflexión. Miles de manifestantes, muchos de ellos jóvenes de la llamada “Generación Z”, salieron a las calles en decenas de ciudades del país, incluidos estados como Quintana Roo, para exigir justicia, paz y un alto a la impunidad.

Lo que comenzó como un grito contra la violencia y la corrupción terminó convertido en un poderoso cuestionamiento al régimen de Morena y a la propia presidenta Claudia Sheinbaum.

Nunca en la historia reciente de México se había organizado algo tan amplio y sostenido con ese nivel de energía social. Es la primera vez, al menos en formato moderno, que un movimiento ciudadano no partidista —al menos en su origen— parece retar de forma colectiva el monopolio de más poder político: Morena lo ha dominado casi todo —municipios, congresos, la presidencia, el aparato ejecutivo—, y hoy ese control hegemónico empieza a crujir.

Lo que estamos viendo no es una protesta más, es una toma simbólica de poder. No piden solo reformas o cambios superficiales; muchos manifestantes gritan “¡Fuera Claudia!” y exigen mecanismos reales —como la revocación de mandato, una auditoría profunda y nuevos liderazgos—. En su manifiesto, la Generación Z reclama transparencia, justicia, un sistema de seguridad digno y el fin de ese pacto de tolerancia que ha permitido que la violencia y la corrupción prosperen.

Para Morena esto es un terremoto político. Nunca imaginaron que su bastión, su partido-nación, pudiera verse enfrentado por una ciudadanía tan joven y determinada. Que tanta gente se atreva a desafiar su poder hegemónico mientras sigue al frente del Ejecutivo y tiene mayoría legislativa, es algo que debería llevar a reflexión profunda: en toda República sana, el poder no debe concentrarse en una sola fuerza política, por más dominante que parezca.

Si esta marcha señala algo, es que el pueblo mexicano ha comenzado a despertar. No es solo enojo; es una voluntad real de cambio institucional, de romper con la lógica del poder sin contrapesos. Y Morena, con todo su aparato, ya no tiene un control absoluto. Este 15 de noviembre puede ser el principio de un nuevo capítulo para México.

Y lo más interesante es que este estallido no nació en los partidos tradicionales ni en figuras de la vieja política; surgió desde abajo, en redes, en grupos estudiantiles, en colectivos ciudadanos hartos de que los gobiernos —sin importar colores previos— hayan normalizado la violencia y la impunidad. La muerte del alcalde de Michoacán terminó siendo el detonante, pero el enojo venía acumulándose por años desapariciones, feminicidios, asesinatos de periodistas, corrupción, omisiones sistemáticas.

La realidad alcanzó al discurso oficial, y la respuesta gubernamental —torpe, tardía, minimizadora— solo avivó el fuego. Lo que hoy vemos es una generación que dejó de pedir permiso para indignarse y que ya no siente miedo de señalar al poder directamente.

Lo que viene es incierto, pero algo ya cambió para siempre. El mito del partido imbatible terminó golpeado en las calles. Si la presidenta Sheinbaum y su equipo siguen creyendo que esto es pasajero, pueden equivocarse de forma histórica. Porque cuando un país entero —y especialmente su juventud— descubre que puede organizarse sin partidos, sin líderes tradicionales, sin estructuras, y aun así llenar plazas y desafiar a un gobierno con poder absoluto… ahí es cuando los sistemas políticos empiezan a romperse o a transformarse. ¿México está entrando en su momento más decisivo en décadas?

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