La vida online: más rápida, más libre y más cansada

Conviene reconocer que el mundo digital no es solo un circo de vanidades; también es un espacio donde ocurren transformaciones valiosas...

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Normalmente, cuando hablamos de redes sociales, lo hacemos desde la trinchera de la crítica: que si el postureo, que si los influencers de ocasión, que si la publicidad disfrazada de “contenido”. Y sí, todo eso es cierto. Pero conviene reconocer que el mundo digital no es solo un circo de vanidades; también es un espacio donde ocurren transformaciones valiosas que, en la vida offline, serían imposibles.

Una de ellas es la oportunidad de escuchar ideas sin importar quién las diga. Antes, la opinión pública dependía del apellido, del cargo o del acceso a un medio masivo. Hoy, alguien desconocido puede lanzar un hilo, un video o un texto y, con un poco de suerte, alcanzar miles de miradas dispuestas a debatir. En el mejor de los escenarios, la conversación se centra en el qué y no en el quién.

Esa democratización de la voz es una de las revoluciones más silenciosas, aunque muchos prefieran ignorarla.

Otra ganancia está en la velocidad. Nunca habíamos podido actuar tan rápido: un meme, una denuncia o una idea pueden recorrer el mundo en horas. Incluso en lo cotidiano, la digitalización nos libera de tareas mecánicas para poner en primer plano lo verdaderamente humano: la creatividad, la crítica, la capacidad de decidir. El valor ya no está en la herramienta, sino en cómo la usamos. Y eso, guste o no, nos obliga a ser más ingeniosos que nunca.

Pero claro, para todo “like” hay un “me enoja”. Esa misma velocidad nos ha dejado con la sensación permanente de cansancio. Vivimos en una dinámica que exige conexión constante: opina, postea, comparte, responde, no te quedes fuera de la tendencia, el conocido “FOMO”.

Y en esa carrera sin pausa olvidamos lo elemental: el derecho al reposo. Lo irónico es que ganamos tiempo con la tecnología, pero lo malgastamos en navegar sin rumbo en las mismas redes que nos lo dieron.

Lo digital nos ha acercado a nuevas ideas y nos ha dado reflejos más veloces, pero también nos recuerda, con crudeza, que no somos máquinas. Si no aprendemos a poner pausas, lo que hoy celebramos como avance puede convertirse en la trampa más sofisticada de nuestra época.

Porque sí: la red amplifica nuestras voces, pero también amplifica nuestros errores y ansiedades. Y quizás la verdadera lección no sea tanto cómo usamos la tecnología, sino cuándo decidimos no usarla.

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