Morena y los desafíos de la unidad
Tras haber consolidado su permanencia en el poder federal con la llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia, el partido Movimiento de Regeneración...
Tras haber consolidado su permanencia en el poder federal con la llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia, el partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) enfrenta una paradoja que suele repetirse en la historia política mexicana: el poder, cuando se vuelve dominante, tiende a fragmentarse desde dentro.
A nivel nacional, Morena goza de un respaldo popular innegable, alimentado por el carisma y legado de Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, ese mismo respaldo ha sido el caldo de cultivo para que dentro del partido surjan diferencias, intereses particulares y grupos que buscan posicionarse con miras al reparto del poder en los siguientes años.
En estados como Quintana Roo, la situación es particularmente sintomática. Morena logró en 2022 algo que parecía impensable una década atrás: arrebatarle al PRI y al PAN una de sus últimas fortalezas en el Caribe mexicano. No obstante, una vez que el poder llegó, también llegaron las pugnas internas, los resentimientos y la inconformidad de viejos cuadros de otros partidos que, al ver cerradas las puertas en Morena, han comenzado a reagruparse.
Hoy en Quintana Roo vemos cómo antiguos actores del PRI, PAN, PRD e incluso del Verde Ecologista —que en su momento se adhirieron a Morena por conveniencia electoral— empiezan a buscar plataformas propias o resucitar partidos en decadencia, con la intención de construir alternativas al dominio morenista. Y lo hacen con un discurso que apela a lo que Morena prometió y no ha cumplido del todo: inclusión, participación real y una transformación auténtica.
Las críticas hacia los gobiernos municipales de Morena en Quintana Roo tampoco han tardado en aparecer. Se señala opacidad, favoritismos en el reparto de obras, ausencia de autocrítica y una creciente desconexión entre las bases y las dirigencias. Además, los procesos de selección de candidatos, en su mayoría verticales y controlados desde la Ciudad de México, han generado descontento entre liderazgos locales que se sienten desplazados.
Este fenómeno —el de corrientes políticas opositoras nacidas dentro del propio movimiento— no es nuevo, pero sí representa un reto crucial. Morena corre el riesgo de convertirse en lo que tanto criticó: un partido de élites, de decisiones cupulares, que pierde contacto con las causas sociales que le dieron origen.
Claudia Sheinbaum y los líderes del partido tienen la oportunidad de corregir el rumbo, fortalecer los mecanismos internos de participación, dar espacio a la crítica constructiva y evitar que el capital político heredado se diluya en disputas intestinas. De lo contrario, la oposición en estados como Quintana Roo no vendrá necesariamente del PAN o del PRI, sino de los propios descontentos del obradorismo que ahora buscan dónde canalizar su desencanto.
Morena tiene el reto de gobernar, pero también de mantenerse cohesionado. Y como enseña la historia reciente, en México ningún partido permanece invulnerable cuando deja de escuchar a su propia base. ¿Estará Morena a la altura de su propio discurso? ¿O sucumbirá, como tantos otros, a los vicios del poder absoluto? [email protected]