Bo’ol K’eban, el reparto de las culpas

Mitos y cavernas, columna de Carlos Eiva Cervantes: Bo’ol K’eban, el reparto de las culpas

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En varios lugares de la península yucateca se cuenta un relato acerca de un ritual vinculado a las penas que debe pagar un muerto por sus pecados. Agustín Ortiz González escribió su propia versión obtenida en algún lugar de Campeche. Un hombre salió a pasear en el campo en la época de primavera y gozaba de los paisajes de la selva peninsular. La noche anterior había llovido; los verdes y frondosos árboles parecían envueltos en mantos de líquidas perlas que brillaban por los rayos del sol que se elevaban sobre un límpido horizonte; saltaban sobre sus ramas los más hermosos pájaros y el viento fresco mecía las copas de los árboles.

El tiempo pasó sin que el caminante se diera cuenta. De pronto se percató que los rayos de sol ya le afectaban mucho. También empezó a sentir hambre y mucha sed. Cuando trató de orientarse se dio cuenta que ya estaba perdido. Afortunadamente encontró un estrecho sendero que lo llevó a un caserío.

Se acercó a una de las chozas y de ella salió un hombre, que resultó ser su amigo; fue invitado a entrar. De inmediato se dio cuenta que la gente que estaba en el interior estaban rezando. Dada la situación del caminante, de inmediato le dieron de comer un plato de relleno negro y una jícara de atole endulzado con miel. Vio que los demás asistentes también empezaron a disfrutar de la comida. Él no pudo acabarse el guiso pues picaba mucho y disimuladamente se despidió de su anfitrión.

Fue entonces cuando el campesino le dijo con afecto: “Muchas gracias, señor, agradecemos a usted su bondad y el difunto le bendecirá”. El invitado preguntó cuál difunto y su interlocutor le contestó: “Mi pobre hermano, señor, que murió hace ocho días y este rosario es para el descanso de su alma”. Después de dar el pésame le preguntó a su anfitrión de qué murió su hermano y respondió que había fallecido por viruela. Mandó sus condolencias a la viuda; entonces el hombre le contestó: “Ella va a agradecer que usted haya contribuido a aligerar el peso de sus pecados del difunto”.

El invitado dijo que no entendía cómo es que aligeraba los pecados del difunto. Entonces el campesino le respondió: “Es el Bo’ol K’eban. Cuando muere uno de los nuestros, se lava bien su cadáver, el agua del baño se conserva, y con ella se hacen la comida y el atole que se reparten en los rosarios, como el de ahorita. El hombre sintió que su estómago daba un vuelco pero lo contuvo y tomó su camino de vuelta a su casa”, concluye Agustín Ortiz González.

Cabe señalar que este relato se ha publicado en diversas fuentes bibliográficas y hemerográficas. En lo personal, yo no he obtenido alguna versión de campo.

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