Ser y parecer en redes sociales

En internet todos somos un poco mejores de lo que somos en la vida real. Más seguros, más ocurrentes, más valientes. Construimos...

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En internet todos somos un poco mejores de lo que somos en la vida real. Más seguros, más ocurrentes, más valientes. Construimos un yo digital que no siempre coincide con el que cruza la calle para ir al trabajo o espera con fastidio en la fila del súper.

Y no es un crimen, al contrario, es casi inevitable. Las redes sociales nos invitan a eso, a elegir la mejor foto, a redactar la frase ingeniosa, a proyectar una versión pulida de lo que sentimos o pensamos.

El problema comienza cuando esa identidad en línea se convierte en un sustituto de lo que somos fuera de la pantalla del teléfono. Ahí es cuando las contradicciones aparecen.

El usuario que en Twitter exhibe aplomo frente a cualquier polémica es el mismo que evita discutir en la cena familiar; la activista feroz en Instagram puede estar cansada de participar en las decisiones de su comité vecinal… usted elija.

Pero el verdadero problema, al menos para el usuario, está en que esa diferencia entre lo que mostramos y lo que callamos, genera desgaste emocional que, a la larga, nos aleja de todos, incluso, de la vida online.

Vivimos interpretando un personaje que, en teoría, somos nosotros mismos, pero al que debemos alimentar todos los días con contenido, posturas y reacciones inmediatas. El yo digital exige consistencia, mientras el yo cotidiano se mueve entre matices, contradicciones y silencios que en la red no tienen cabida.

La paradoja es clara: cuanto más nos conectamos para “ser vistos”, más desconectados terminamos de nuestras propias ambigüedades. Internet no tiene paciencia para la duda ni tolerancia para el gris. Allá solo hay espacio para certezas rápidas, para posturas firmes, para la versión más afinada del personaje que decidimos representar.

Lo inquietante es que esta dinámica termina por contagiar a la vida real. Queremos vivir con la misma rapidez con la que se refresca una página. Queremos que la conversación presencial tenga la misma contundencia que un post viral.

Y cuando no lo logra, sentimos que la vida “fuera de línea” se queda corta, aburrida, insuficiente; y nos retiramos de vivir experiencia, reales y sociales, hecho que poco a poco, nos convierte en seres antisociales, incapaces de generar empatía por las necesidades de los demás.

Quizá por eso tanta gente experimenta una sensación de vacío después de horas navegando. No es que falten estímulos; es que sobran.

Lo que falta es el permiso de reconocernos también en la versión imperfecta, contradictoria, silenciosa. Esa que no se mide en likes ni en seguidores, pero que sigue siendo la única realmente nuestra.

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